Hoy nos fuimos a Chinchina, un pueblito camino a Pereira en donde se encuentra la Hacienda Guayabal, con una de las mayores plantaciones de café. Nos bajamos del bondi y tuvimos que caminar unos 5 minutos hasta la casa, en el camino, se nos sumó uno que estaba loquísimo (dp subo el video) y arrancó a rapear. En su rap decía algo así como que tenía cara de ratero, pero era rapero, y sarasa. Después se empezó a poner medio gede y no me gustaría prejuzgar pero juro que relojeaba qué llevábamos encima hasta pedirnos guita. Nuestro lema es: “Somos argentinos, no tenemos un mango”, pero el flaco no nos contestaba y seguía a la par. Por suerte llegamos justo a la finca y lo perdimos.
En la hacienda nos recibieron con agua fresca para bajar el calor de la subidita, y después con un café. Nos mostraron toda la parte industrial del proceso, que fue super interesante, y luego nos llevaron a recorrer las plantaciones y a explicarnos cada detalle. El paisaje era sumamente increíble, el tipo que nos llevó era amoroso y por primera vez en lo que va del viaje sentí que valía la pena haber pagado por un tour. Lo que más nos llamó la atención es que el mejor café, el supremo, como le llaman, se exporta y nadie lo vende tal cual. Siempre se lo mezcla con algo. Acá se vende el de segunda, que difiere bastante en el sabor. O sea que nadie termina tomando el mejor café en ningún lado.
Después del recorrido nos esperaron con un helado con frutas que venía incluído, compramos café para llevar y nos colgamos hablando con la dueña de la finca y su nieto. Era divino el pendejo pero ooootro fanático de Once Caldas que bien atrevido nos gastaba y se aliaba con Mati. Más allá de eso, hablaba hasta por los codos y querías comértelo a besos. La mujer era un sol, nos recomendó muchos lugares para visitar y hasta nos alcanzó en su auto hasta la terminal.
Para mi sorpresa, esta parte del viaje sin tanto turista la estoy disfrutando muchísimo, veremos qué nos depara el día de mañana.