Hace mucho tiempo en mi manijeada por hacer este viaje sola, me uní a cuanto grupo de mochileros encontré para averiguar sobre cada país a visitar, rutas, alojamiento y cia. Pasaron los meses y durante mi estadía en Colombia recibí un inbox: “Recuerda que tienes un amigo en Cali que puede hospedarlos”. Era Andrés! Un colombiano con el que había hablado montones y que había vuelto loco preguntándole sobre cómo cruzar la frontera. La oferta era más que tentadora y al comentarle a los chicos les pareció una buena idea, salvo a Mati que necesitaba saber “qué onda” para tener cierta independencia.
Hablamos con él antes de salir de Salento y como estábamos yendo un día antes le dijimos que podríamos alojarnos en un hostel esa noche y al otro día íbamos. “De ninguna manera, nos acomodamos y ustedes se quedan acá”, nos dijo, y allí fuimos.

Tras un viaje denso hasta Cali, nos tomamos un taxi hasta la dirección que nos indicó Andrés. A medida que nos alejábamos de la terminal la ciudad no nos iba pareciendo más linda, incluso empezamos a tener cierto “miedo” en algunas zonas. Hice una limpieza mental en mi cabeza y me acordé que el miedo solo trae mala vibra. No tuvimos mejor idea que preguntarle al taxista qué tal era el barrio y nos dijo que era “complicado” y que a veces había robos y peleas de pandillas. Mejor no perguntamos más y llegamos a la casa.
Ya en la escalera se veía bastante gente y mientras preguntaba si era tal dirección apareció Andrés que nos recibió afectuosamente y encantado de vernos. Subimos las escaleras y un montón de gente nos recibió con sonrisas, un poco muertas de vergüenza nos dirigimos al cuarto donde dejamos las mochilas. “Mi hermano va a ser padre así que estamos de fiesta con toda la familia”, nos dijo. Cuando dice padre no es que vaya a tener un hijo, va a ser cura.
Caer en plena reunión familiar me daba cierto “no se qué” que se terminó convirtiendo en la mejor experiencia hasta ahora en Colombia. Eso de los que le hablaba que quería, compartir con su gente, sus costumbres, sus vidas.
Nos invitaron a sentarnos a charlar, nos convidaron arroz con leche y arrancó la charla eterna. Nos preguntaban con tanto entusiasmo como con el que respondíamos nosotras, por qué Colombia, qué opinamos de su gente, sus costumbres, su comida, todo. A qué nos dedicábamos, nuestros novios, familia, trabajo y demás. No dejamos de lado la charla social de siempre y según nos comentaron Uribe hizo mucho para detener el conflicto armado pero nada para los pobres, al contrario, cada vez les fue sacando más derechos a los trabajadores. Nadie acá invierte en educación y eso es lo que más los apena. Cada uno habla de las ganas que tiene de estudiar, incluso Andrés, pero no puede. Porque la educación es carísima y sin un trabajo es difícil, y el trabajo es escaso. Fue tanto lo que le hablamos de la buena educación en Argentina que les abrimos la posibilidad de que algún día, si quisieran, podrían estudiar allá, en la mejor universidad sin poner un peso.
De la inseguridad hablan como nosotros, el “tenebroso” barrio que nos pintó el taxista no es mas que un barrio común de Argentina, donde corre cierta cuota de suerte en que te roben o no.
Llegó la noche, seguíamos charlando muchísimo y después nos fuimos a tomar algo a la esquina, donde nos trajeron el arequipe más parecido al dulce de leche que probamos hasta ahora. Una delicia! Ludy entusiasmada con la rumba se decepcionó un poco cuando le dijeron que más que nada hay viernes y sábados, claro. Era domingo, y ella se va el viernes. Así y todo le dijeron que aaaalgo esa noche podría conseguir. La tía, que es una masa, enseguida dijo que nos acompañaría, Andrés, su primo y su amiga Jennifer también.
A la noche nos fuimos en busca de un bar o algún lugar donde Lu pudiera saciar sus ganas de salsa. Pero no. TODO cerrado. Ella empezó a asumir su rol de piedra y ya es moneda corriente el gaste. Volvimos, y la conozco, su fastidio era enorme. Mejor dormir.
