Cuando comenzamos a ver a Buenos Aires desde el avión el corazón comenzó a latir fuerte. Un poco de emoción y otro tanto de ansiedad nos abrazaban llenándonos de dudas. ¿Qué sentiríamos? ¿Estaríamos cómodos? ¿Ya estábamos muy “kiwizados”? ¿Y si nos queremos quedar?.

En nuestro primer encuentro con la ciudad después de diez meses saludamos a la gente de los negocios, algunos respondían sin entender. “Qué se yo, en Arrowtown nos saludamos entre todos, ojalá se copen”, pensé. Siguiendo el recorrido comenzamos a escuchar bocinas. “Uff. ¿las extrañabas?”, le pregunté a Agus. “Para nada”, sentenció. Caminamos por un lado y otro, por las calles de siempre que nos vieron apurados yendo a tomar el colectivo, paseando a los perros, besándonos y riendo, mirando vidrieras y haciendo las compras.

Andamos Buenos Aires en colectivo, tren, subte y taxi. La andamos a pata y en autos de amigos. La observamos una y otra vez, entre insultos por los malos servicios prestados y melancolía por lo linda que se ve cuando sabes que en ellas está tu gente. Pasaron los días y resultó fácil acostumbrarse porque nuestra vida de antes está intacta. Tu vieja esperándote con las milanesas; tu abuela y sus mates perfectos; la cerveza tirada del bar que se disfruta más con tus amigos; la banda que amas en vivo; el chofer del bondi que te pregunta hasta donde vas; el que se queja de los precios; la que dice que es culpa de políticas pasadas; la cajera que no da mas y sin embargo le pone la mejor onda; el taxista curioso; los perros moviendo la cola; el subte repleto; los caramelos que te da el chino; las baldosas rotas; los chicos de vacaciones minando el transporte; el que pasa por todos los carriles sin poner un guiño; el olor de las medialunas del negocio de tu cuadra; los nervios antes de entrar a ver a tu equipo a la cancha; el puesto de diarios; el sonido del teléfono; todo está más o menos igual. Un par de días te llevan a formar parte de ese “mejunje” porteño y la costumbre se transforma en comodidad. Incluso de aquello malo, porque lo conoces y te acomodas.

 

Créditos: Anabela Caligaris | https://www.facebook.com/AnabelaCaligarisCartoon/
Créditos: Anabela Caligaris | https://www.facebook.com/AnabelaCaligarisCartoon/

Así fue que cuando empezamos a prender el habano y a estirar las piernas nos tuvimos que volver; y la novedad era que hasta sentíamos algo de “miedo” por enfrentarnos al lugar que habíamos amado los últimos diez meses.

Volvimos. En menos de un día nos acostumbramos al acá.

Entendimos que cambió todo y no cambió nada.

Cambiamos nosotros, nuestra cabeza y nuestra manera de vivir la vida y eso no hay ciudad o costumbre que lo cambie. Cuando haces el clic, es difícil volver atrás.

 

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