Un par de líneas de lo que siento después de 1 año viviendo en Nueva Zelanda. Algo que casi le debo por completo a Carola.
No iba a escribir pero me di cuenta que necesitaba expresar lo que siento después de aquel 25 de agosto del 2015 cuando me fui a vivir lejos de Argentina.
Siempre me caractericé por no terminar, o por dejar ir sobre todo, cosas que me gustaron, gustan o gustarán. O por ni siquiera empezarlas: Sueños, gustos, momentos, personas, etc. Pero si hay algo que nunca me faltó ni dejé en mi vida fueron los viajes.
Viajar siempre estuvo en mis genes. Con solo recordar anécdotas de mi vieja, mis abuelas, hasta del trotamundos de mi tío me basta. Pero además, eso fue alimentado por mis viejos, los cuales sea cual fuera el momento económico o personal que tenían, siempre nos llevaban a mi y a mi hermana de viaje.
Con los años uno se hace grande, más independiente, y además de la barba y las canas llegan las responsabilidades. Pese a todo, siempre me las ingenié para viajar con amigos o flia, poniendo quizás un poco en riesgo mis trabajos pero teniendo en claro que valía más respirar un poco de aire nuevo antes que conservar un trabajo de mala muerte. Prioridades, vio.
La vida me cruzó con Caro, a la cual nombro bastante, y con ella la aventura de viajar más lejos de lo que lo había hecho hasta el momento, con un presupuesto ajustado y sin fecha de regreso.
Para alguien que suele dejar las cosas a medio hacer, el no tener un día límite era algo que me hacía dudar todos los días sobre ese viaje. Tanto que el pasaje en avión era ida y vuelta.
Pero bueno, para los que la conocen, una vez que pasas más de una semana pegado a Carola, es difícil despegarse. No solo por como es ella con los demás sino por lo que transmite. Esa manera de llevarse al mundo por delante, de tener siempre un nuevo proyecto en la cabeza, de no parar hasta cumplir una meta. Todo eso, aunque sea una pizca, me tenía que contagiar. Y así fue.
Así que todo lleva al ahora. 25 de agosto de 2016. Un año completo desde que me fui de Argentina. Con más dudas que certezas cada vez que miraba para adelante ya que no tenía trabajo. No sabía qué iba a hacer de mi vida más que llegar a Nueva Zelanda y no tenía muchas metas personales en mente. Pero cuando miraba para un costado y la veía a ella, todos esos miedos, esas dudas, se me iban. Más allá del inmenso amor que siento por ella, su simple presencia hizo grandes cambios en mi persona y uno de ellos fue el plantearme nuevos objetivos, Y CUMPLIRLOS.
Así que hoy estoy en la misma granja donde escribí hace 11 meses todo lo que había vivido en un mes y con un pasaje de avión hacia un nuevo destino. Y con otros miles por venir.
Experiencias buenas, malas, normales. Momentos alegres, tristes, de bronca, de felicidad. No creo que sea para todos esto (aunque tampoco creía que fuera para mi y acá estoy) pero si estoy seguro de que no hacemos el 90% de las cosas por miedo. Y hoy yo creo estar bajando de a poco ese porcentaje gracias a viajar. Gracias a sacarme prejuicios, a vivir momentos únicos e irrepetibles, a conocer gente maravillosa que quizás no vea nunca más pero que seguro jamás vaya a olvidar.
Así que si aguantaste y leíste hasta el final este menjunje, te digo a vos y a mi lo mismo que decía hace 11 meses: VIAJÁ, DESCUBRÍ, CONOCÉ, TROPEZÁ, VIVÍ, NO IMPORTA DÓNDE O CÓMO SEA.
